Soñé que volaba para llegar
a la selva. Nadie sabía que iría, ni siquiera tú. Llegaba caminando, y ese
camino a pie era maravillosamente largo. Primero dejar el pavimento y
adentrarme al camino de terracería. Esa diferente sensación de ir sobre algo
plano y solido para pasar a la tierra que cruje en cada uno de mis pasos. Hoyos, relieves, huecos profundos de todos tamaños y formas.
El sol se estaba ocultando y
yo admiraba su luz bañando la vegetación. Ese verde más iluminado que otro generando
una degradación de colores impresionante. Todo me daba la sensación de estar en un mundo diferente. Tenía mucho tiempo de no ir a la selva, de no estar entre su maleza,
de no pisar esa tierra, así que el corazón me latía fuerte y rápido. Mi
respiración se agitaba un tanto por la caminata y otro tanto por la emoción de
estar de nuevo ahí.
La selva fue para mí un
mundo nuevo, un mundo en el que podía estar para sentirme mejor, descansar,
respirar, sanar, disfrutar, disfrutarte. Encontrarme y encontrarte.
Cuando dejé el camino de
terracería y di vuelta a la derecha para penetrar la selva por ese camino
cubierto de árboles que apenas dejan un camino para que la luna lo ilumine, y
ésta pueda así guiar mis pasos, me sentí absorbida por ese universo que al parecer
me estaba esperando. Ir caminando hacía esa casa en la selva, era como ir
sumergiendo mi cuerpo a metros y metros de profundidad bajo el mar. La Mar
regresaba a esa casa en la selva donde había vivido sueños, fantasías y
realidades inesperadas.
Seguí caminando y la selva
seguía absorbiéndome. Me encapsulaba entre sus sonidos, oscuridades y esa deliciosa
humedad que calienta el cuerpo y lo refresca a la vez. Era como si me hubiera
puesto los audífonos para escuchar música de relajación. La selva tiene su
propio soundtrack, y yo lo había olvidado
por completo, pero con forme iban apareciendo los sonidos, aparecían de nuevo
esas maravillosas sensaciones de paz y misticismo que tiene ese lugar. Un mundo
habitado por seres desconocidos. Algunos vuelan, otros se arrastran, los
escucho, acompañan mi camino y avanzan conmigo. Los oigo volar. Escucho su avanzar
paulatino a lado mío.
-Es aquí donde quería estar.
Es a esta casa a donde quería volver. Contigo.
Respiré profundo y descubrí
nuevos olores. Olores que en mi vida había experimentado. Esa era una gran
bienvenida. Por fin estaba ahí. Parada frente a la casa que parecía
deshabitada. Ni una luz, ni un indicio de tu presencia. Tu coche no estaba, la
bicha tampoco. Éramos la casa, la selva, la luna y la Mar. Sólo nosotras para
empezar esta nueva historia. Un nuevo sueño. Una nueva vida. No sabía que pasaría
y tampoco me importaba. Estaba ahí parada feliz, tranquila, bienvenida por mi
hermosa selva, por ese mundo indescifrable pero afable para mí.
Tres minutos parada ahí
fueron suficientes para ser atacada, casi devorada por esos pequeños seres que
hubiera deseado no estuvieran, pero ahí estaban. Eran los… mosquitooooos!!! Haaaaaa!!!