Varias veces he escrito sobre lo que para mí es un hogar. Hoy me siento verdaderamente triste, y no sé si es una
tristeza que venga de mí o por empatía con mis vecinos.
Afortunadamente llegué a vivir al edificio Prim ubicado en
la calle de General Prim hace 9 años. Un edificio de los años 30´s muy, muy
viejo. Con escaleras de madera, techos altos, piso de duela. Bellos balcones, tina y
una cocina enorme. Un hermoso departamento con mucha luz, bastante amplio y
fresco.
Contradictoriamente en el edificio vivimos y convivimos artistas
jóvenes como yo, una cantante, un cineasta, un músico y por otro lado viven
señoras y señores ya grandes que llevan viviendo en este edificio más de 30
años.
Frente a mi departamento, vivía una señora de edad muy
avanzada que murió hace unos meses. Ella llegó a este edificio recién casada. Tuvo a sus hijos y sus hijos tuvieron hijos, ahora hasta sus nietas tienen
hijos. Todas esas generaciones han pasado por este departamento.
Hoy vi a al hijo mayor de esta señora sacando libros con un rostro desencajado.
Muy triste compartió conmigo que el abogado le había dado tres meses para desocupar el departamento. La
situación es la siguiente:
El edificio lo vendieron y los nuevos dueños quieren
desocuparlo. Ya vacío podrán remodelarlo completamente y rentar los departamentos al
triple de lo que pagamos de renta ahora.
Lo muy mal hecho por la administración, es
que sin previo aviso quieran empezar a desalojar. Se les venció el contrato a
5 de los inquilinos y lo que les dijeron es que ya no se les renovaría como
habían venido haciéndolo desde hace más de 30, 40 y hasta 60 años.
Mi vecina de abajo, Maria Luisa, tiene llaves de mi departamento, le he dado toda mi confianza y yo tengo su apoyo. Me trae la correspondencia y me pide el gas cuando yo no estoy. Intercambiamos plantas y platicamos cuando nos encontramos.
Ella lleva noches sin poder dormir, me mira
con una desolación en los ojos que no puedo sostenerle la cara de frente. Todos
en el edificio se han puesto tristes. Todos los vecinos suben y bajan las
escaleras con un aire de melancolía que respiramos juntos. A cada uno que me
he ido encontrando cuando salgo en la puerta del edificio o cuando llego y voy subiendo por las escaleras, se ha detenido a compartirme su sentir, su miedo, sus deseos
de quedarse más tiempo aquí. Esa añoranza de tanta vida en este lugar. Yo los
escucho con atención y empatía. En cuanto subo a mi departamento rompo en
llanto y siento una aflicción que no me deja respirar.
A mí los cambios me entusiasman, me animan, me retan y me
excitan. Me parecen una gran oportunidad para crecer, una ocasión para recibir y abrirme
camino a algo nuevo. Con ese fervor y ese apasionamiento me abro y me preparo pero, hoy es diferente.
Hoy siento pena, dolor, apatía. Hoy después de escuchar
varias versiones me desconsuela ver y oír a mis vecinos. Siento en el corazón
angustia. Me siento apática con este cambio y no logro levantar el rostro para
encarar de frente cualquier situación que venga. Hoy siento que no soy yo. Hoy
así estoy.