miércoles, 23 de marzo de 2016

EL EDIFICIO PRIM

Varias veces he escrito sobre lo que para mí es un hogar. Hoy me siento verdaderamente triste, y no sé si es una tristeza que venga de mí o por empatía con mis vecinos.

Afortunadamente llegué a vivir al edificio Prim ubicado en la calle de General Prim hace 9 años. Un edificio de los años 30´s muy, muy viejo. Con escaleras de madera, techos altos, piso de duela. Bellos balcones, tina y una cocina enorme. Un hermoso departamento con mucha luz, bastante amplio y fresco.

Contradictoriamente en el edificio vivimos y convivimos artistas jóvenes como yo, una cantante, un cineasta, un músico y por otro lado viven señoras y señores ya grandes que llevan viviendo en este edificio más de 30 años.

Frente a mi departamento, vivía una señora de edad muy avanzada que murió hace unos meses. Ella llegó a este edificio recién casada. Tuvo a sus hijos y sus hijos tuvieron hijos, ahora hasta sus nietas tienen hijos. Todas esas generaciones han pasado por este departamento.

Hoy vi a al hijo mayor de esta señora sacando libros con un rostro desencajado. Muy triste compartió conmigo que el abogado le había dado  tres meses para desocupar el departamento. La situación es la siguiente:

El edificio lo vendieron y los nuevos dueños quieren desocuparlo. Ya vacío podrán remodelarlo completamente y rentar los departamentos al triple de lo que pagamos de renta ahora.

Lo muy mal hecho por la administración, es que sin previo aviso quieran empezar a desalojar. Se les venció el contrato a 5 de los inquilinos y lo que les dijeron es que ya no se les renovaría como habían venido haciéndolo desde hace más de 30, 40 y hasta 60 años.

Mi vecina de abajo, Maria Luisa,  tiene llaves de mi departamento, le he dado toda mi confianza y yo tengo su apoyo. Me trae la correspondencia y me pide el gas cuando yo no estoy. Intercambiamos plantas y platicamos cuando nos encontramos.

Ella lleva noches sin poder dormir, me mira con una desolación en los ojos que no puedo sostenerle la cara de frente. Todos en el edificio se han puesto tristes. Todos los vecinos suben y bajan las escaleras con un aire de melancolía que respiramos juntos. A cada uno que me he ido encontrando cuando salgo en la puerta del edificio o cuando llego y voy subiendo por las escaleras, se ha detenido a compartirme su sentir, su miedo, sus deseos de quedarse más tiempo aquí. Esa añoranza de tanta vida en este lugar. Yo los escucho con atención y empatía. En cuanto subo a mi departamento rompo en llanto y siento una aflicción que no me deja respirar.

A mí los cambios me entusiasman, me animan, me retan y me excitan. Me parecen una gran oportunidad para crecer,  una ocasión para recibir y abrirme camino a algo nuevo. Con ese fervor y ese apasionamiento me abro y me preparo pero, hoy es diferente.


Hoy siento pena, dolor, apatía. Hoy después de escuchar varias versiones me desconsuela ver y oír a mis vecinos. Siento en el corazón angustia. Me siento apática con este cambio y no logro levantar el rostro para encarar de frente cualquier situación que venga. Hoy siento que no soy yo. Hoy así estoy.

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