Me cuesta
trabajo aceptar que la sociedad se está perdiendo entre tecnología y
cibernética, entre capitalismo y postmodernismo. No quisiera reconocer que la
postmodernidad nos aleja de lo humano y nos vemos arrojados cada vez más hacia
un límite de entre lo impersonal y el desinterés que me parece peligroso.
Hoy
reconozco que la tecnología nos aleja de las personas que tenemos cerca y nos
acerca a las personas que están lejos. Pero ¿que sentido tiene entonces? Yo me
siento cerca de mi prima que vive en Montreal gracias a las video llamadas y a
todas las redes sociales que hoy nos permiten estar en contacto y enteradas en
la inmediatez de lo que cada una vive y hace, pero por otro lado me siento muy
sola en casa, cuando llego cansada de trabajar y lo que más quiero es un
momento con mi novio, pero él está hablando por teléfono, termina, me saluda,
me pregunta cómo estoy y cómo me fue, cuando de pronto ya está con el teléfono
respondiendo mensajes por whatsapp. Él se percata de mi molestia y me dice-
dame dos minutitos, estoy resolviendo un evento que tenemos mañana y me están
pidiendo unas cotizaciones. Para cuando termina yo ya estoy cocinando porque
muero de hambre, me ayuda y comenzamos otra plática que se ve interrumpida
constantemente por temas de logística en la preparación de la cena. Ya ninguna
conversación fluye, en adelante toda plática se ve obstruida por intervenciones
del tipo –pásame la sal o ¿tienes servilleta? Y por supuesto Netflix tomó
posesión de nuestra atención, y así hasta que dormimos.
Hace
dos navidades recuerdo perfecto la cena, los regalos y de pronto a todos mis
sobrinos sentados en los 6 lugares de la sala, cada uno con respectivo celular,
ipod, ipad, Tablet, o qué se yo de los nuevos implementos para jugar de los
niños millenial. (ver imagen 1)
Ahora veo a mis alumnos y me pregunto ¿ o mi clase es muy
aburrida o más bien su adicción al celular no les permite estar sin revisarlo
más de 10 minutos? Pienso entonces en esas épocas de las que incluso en algún
momento fui parte. Cuando el celular no existía y mis amigas me marcaban al
teléfono de casa, cuando en las reuniones familiares nos sentábamos a mirar el
álbum de las últimas vacaciones. Pienso que no fue hace mucho tiempo, sin
embargo las actitudes y los comportamientos sociales han cambiado
drásticamente.
Ahora pienso que el ser humano ha encontrado nuevas formas de
relacionarse, y no es que esté vieja, al menos no me siento así, pero ya veo a
los niños comportándose de maneras que me asustan y me escucho diciendo frases
como –¿qué onda con la juventud de ahora? ¿dónde vamos a parar? No entiendo
esta música, entre otras.
No me quiero asustar, pero sí, confieso que me da muchísimo
miedo, pánico, terror ver para donde vamos y los niveles de destrucción y
autodestrucción a los que podemos llegar. La crueldad con los animales de la
que son capaces algunas personas, la insensibilidad con el planeta tierra y sus
recursos naturales, tanto desperdicio y derroche, tanta desigualdad y la
insaciabilidad que nos lleva a ambicionar, la ambición nos lleva a pasar sobre
todos y todo para obtener lo que deseamos.
Tampoco quiero hacerme la occisa y evadir las
responsabilidades que me tocan. Soy parte de esta sociedad, de ese consumismo y
de toda esa basura que ya no cabe en ningún lado, pero no sé qué hacer, intento
reciclar, pero es tan complicado con tanta basura, trato de cultivar en unas
macetitas que tengo en un rincón del departamento aún que no sean las
condiciones necesarias o adecuadas. Me esfuerzo por moverme en bicicleta y no
contaminar o contribuir al tráfico de esta ciudad. Apago las luces, tiro el
papel de baño al WC, consumo productos biodegradables para lavar la ropa y
hacer la limpieza de mi hogar. Voy al mercado para apoyar a la economía local y
muchas otras pequeñas cosas que creo están en mis manos, aún así siento que la
destrucción es imparable.
Luego me vienen oleadas de desánimo y rendición. Pierdo toda
la fe y me dejo caer derrotada por todo ese enorme e indestructible sistema que
nos aplasta y nos consume. Soy parte de la Matrix y por más que me esfuerzo,
siento que debo hacer más, que puedo hacer más y que al final no hago nada, no
hago lo suficiente.
Lo único que puedo concluir humildemente es que cada uno haga
su mejor esfuerzo, cada uno aporte lo que le corresponde y tratemos de
abrazarnos fuerte, estemos con nosotros mismos y con los demás. Hablemos,
mirémonos, escuchémonos y tomémonos de las manos para acompañarnos a ratitos
por esta vida.