
Fue un hombre que a mi vida llegó y sospecho viene de la luna.
¿cómo llegó?
Creo que fue una mujer la que nos acerco, pero si trato de descifrarlo no puedo, fueron tantas manos y tantas voces. Él y yo nos acercamos, nos conocimos y nos hemos ido conociendo cada vez más y con cada encuentro mejor. Siempre con enseñanzas. De su voz un tono de paz, un color que no conocía en la voz, creo que es sabiduría. Palabras y sonidos que me enriquecen y me dejan tranquila. Una mirada que refleja la sensibilidad de la luna pero la penetración e intensidad emocional de un hombre que sólo él. Como sólo él.
Me es difícil describirlo. Tan sencillo y risueño. Tan despierto y ligero. Tan firme y seguro. No sé que animal sea, pero me guía, me brinda, me acompaña y me sana. Ha estado conmigo y me he quedado feliz, satisfecha, alegre, contenta. Con tantas cosas por reflexionar durante semanas enteras. Me enseña a mí misma y se enseña él. Me muestra parte de él y se comparte. Eso se lo agradezco, le agradezco sus canciones, su contacto, su respiración y mi respiración. Profundizando cada vez más, nos vamos acercando, nos vamos queriendo y reconociendo. Nos vamos amando. No sé si sea que la tierra esté roja o que la luna sea creciente. Quizá sólo sean sus ojos mirándome y recorriéndome. Sus manos tocándome y sanándome. Mis confesiones y él escuchando. Sus preguntas que me confrontan, las lagrimas que frente a él han brotado de mis ojos, de mi corazón y del alma.
Quizá es que juntos crecemos. Al menos con él, yo siempre me he sentido mejor, más grande, más tranquila, más sabia y más mujer.
Lo que no entiendo es ¿por qué deposito mi bienestar, mi tranquilidad, mi crecimiento, mi mejoría y hasta mi feminidad en los hombres que están conmigo? Por ahora reconozco que así es y que quiero que eso cambie, quiero moverme de donde estoy y depender de mi.
Aún así, la compañía de ese hombre sí que la disfruto, la cuido y la continuo.