lunes, 20 de enero de 2014

¿CÓMO ES QUE EMPECÉ A SER BAILARINA? (TERCERA PARTE)


La danza es una carrera que requiere disciplina, sacrificios y entrega. Eso siempre me ha satisfecho. Desde que conocí la danza sabía que eso quería estudiar. Sin embargo, había otro sentido de vocación que también me llamaba; La docencia. Responsabilidad de mi padre también. Siempre lo vi dar sus clases de arquitectura en la UNAM con tanto ahínco. Su pasión por compartir lo que sabe. Desde siempre lo viví preparando sus clases, revisando trabajos, pensando en un proyecto nuevo y me enseñó que “no hay nada más valioso que hacer crecer a otras personas ayudándoles a que aprendan algo nuevo”.

Descubrí que podía cambiar muchas vidas enseñando danza. Ayudar a las personas a vivir más saludables trabajando el cuerpo de manera más consciente. Por eso decidí estudiar danza contemporánea con la especialidad en pedagogía de la danza. Es una carrera en la Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello” donde egresamos como maestros con la especialidad que cada uno escoja. Hay tres colegios diferentes. El colegio de danza española, danza folklórica y danza contemporánea.

La danza es un arte que transforma el cuerpo y con él a la persona.

Ya estudiando la carrera de danza aprendí que es un arte que requiere y exige más del artista que cualquier otro. Como bailarina es muy importante cuidar las horas de sueño. El trabajo corporal es arduo y él único momento que tienen nuestros músculos para recuperarse es en las horas de sueño. Si no dormimos 8 horas podemos estar más propensos a una lesión por agotamiento y cualquier lesión es muy grave. Puede implicar desde no bailar por unos días, hasta quedar con una lesión permanente como las lesiones de rodillas que son muy comunes en los bailarines. A mí me encanta la fiesta, desvelarme, intoxicarme y celebrar. Como bailarina a veces tengo que decidir si voy a la fiesta o me desvelo viendo películas, que me encanta hacer eso, o decidir irme a dormir temprano para llegar fresca, recuperada y entera a la clase o a la función. Eso me lo enseñó mi maestra Rosario Verea. Ella es tan disciplinada y tan constante. Una bailarina muy trabajadora.

Como bailarina he estado dispuesta a no comer chatarra, grasas saturadas, carbohidratos (azúcar refinada, refrescos, etcétera). Aumentar mis porciones de arroz, verduras, frutas y agua para que mi cuerpo esté fuerte, ligero y saludable. En la danza, nuestra principal herramienta de trabajo es el cuerpo. Quiero conservarlo en buenas condiciones el mayor tiempo posible.

Algo muy importante es estar consciente de que como bailarina el entrenamiento es constante y permanente. Entrenaré y tomaré clases por el resto de mi vida. Para explicar el por qué, me gusta usar la siguiente metáfora. Siempre he creído que el cuerpo es como una plantita, lo cuidamos durante mucho tiempo, lo regamos cada tercer día, le ponemos su tierra de composta y de más cosas que sabemos le ayudará a ponerse más verde o a tener más flores. Un verano nos vamos de vacaciones 15 días y se nos olvida regar la plantita. Cuando regresemos estará seca o marchita. Nuestro cuerpo es así. Podemos tomar clases todos los días por 9 años ininterrumpidos, pero sí uno o dos años hacemos una pausa, descansamos o nos dedicamos a otra cosa. El cuerpo perderá elasticidad, fuerza, rotación y muchas de las cosas que se había logrado con tanto esfuerzo, dedicación, sacrificio y voluntad.

La danza es una de las bellas artes. Es hermoso efectivamente, pero de los más difíciles y créanme que vale la pena.

La danza me ha sanado. Me abraza cuando me siento sola. Aguanta mis gritos y arrebatos cuando estoy enojada y me seduce día a día. Caigo en sus placeres y disfruto sus torturas. Como mi coreógrafo querido Bernardo Benítez, somos adictos a ella.

Es verdad que en la danza se encuentra cierto masoquismo. Nos regodeamos en el cansancio. Nos deleitamos en cada estiramiento. Nos llena de dicha el esfuerzo físico. A más sudor, más diversión. La fruición en la danza es rara. Después de 15 años bailando puedo declarar que quiero bailar el resto de mi vida. Si quiero bailar hasta que me muera es por que la danza me permite entregar mi corazón en cada paso. Ponerle rostro a las emociones. Exalar mi alma en cada suspiro. Escribir con mi cuerpo cada palabra que sale de mí y bailar mis ideas. Bailar lo que soy y ser al bailar.

Quiero agradecer con todo mi corazón y todo lo que soy a las personas que de alguna manera me han apoyado, inspirado y motivado para ser bailarina:

Mi familia: Martha Elena Trejo Quevedo, Marco Antonio Espinosa De La Lama, Marco Antonio Eduardo, Jorge Arizmendi, Angélica Olvera, Verónica Cervantes, David Olvera, Dante Olvera Cervantes, Alejandro Espinosa De La Lama, Raul Barrera, Rosa María Espinosa De La Lama, Luz María Barrera. Y a toda mi familia.

Amigos: Miguel Ángel de Bernardi, Leonardo Ayala, Nayeli Aguirre, Goyo, César Santiago Cano, César Vásquez Morales, Rene Reyes, Abigail Tenorio Fonseca, Martha Lara, Nayeli Ibarra, Martha Alicia, Mildred López, Erick Sánchez, Ivan Cervantes Olvera, Isis, Alejandra Semiramis, Itzel Ireri Mujica, Yazmín Rangel, Yazmín Rodriguez, Iraim, César A. Islas, Álvaro Olivos, Ariana Lira, Olaya Macario, Magaly Mata, Miguel Solorzano, Itzuri Gaona, Angeles Ocampo. Y a todos mis amigos.

Maestros: Andrea Zavala, Francisco Carrera, Josué Lira, Francisco David Méndez, Rosario Verea, Oscar Ruvalcaba, Jorge Chanona, Monica Maldonado, Miriam Álvarez, Lino Perea, Bernardo Benítez, German Gastellum, Maricela Lara, Irán Israel, Valentina Castro, Rocío Barraza, Beatriz Madrid. Y a todos mis maestros

 

domingo, 19 de enero de 2014

¿CÓMO ES QUE EMPECÉ A SER BAILARINA? (SEGUNDA PARTE)


Para cuando cumplí los 15 años, tenía que decidir en qué prepa quería estudiar. Mi mejor amiga Arlem Mancheke y mi padre me dijeron sobre una prepa del INBA en artes y humanidades. Ahí te especializabas en danza, teatro, música o artes plásticas. Yo quería entrar ahí para estudiar teatro.

Hice examen para la prepa 6 y para el CEDART “Luis Spota Saavedra”. Me quedé en las dos así que decidí. El CEDART.

Yo quería entrar ahí para estudiar teatro. El primer año tienes que tomar todas las artes y en el segundo año te especializas. Ese primer año conocí a mi amor para toda la vida; La danza contemporánea. No tuve ninguna duda, lo mío, lo mío, era la danza. Para el segundo año en el que teníamos que escoger nuestra especialidad yo estaba más que convencida de lo que quería. Mi maestra era admirable. Andrea Zavala me cautivaba cuando la veía moverse. Su cuerpo era hermoso y todo lo que lograba hacer con él era inigualable. Nunca había visto tan de cerca cosa parecida. El maestro de coreografía Francisco Carreón me encantaba. Puedo atreverme a decir que incluso me excitaba (claro, a esa edad muchas cosas me excitaban, la vida por si sola me parecía más que excitante), pero los ejercicios que el maestro nos ponía, donde nos daba sólo una guía o herramientas para nosotros poder expresarnos con el cuerpo e improvisar. Él ponía música (por cierto buenísima, eso fue un elemento importante por lo que me gustaba tanto su clase), yo sólo tenía que bailar… mmm!!! Ha! Eran experiencias tan deliciosas, divertidas y al mismo tiempo enriquecedoras.

Ahí comenzó a crecer en mí esa pequeña bailarina que llevaba dentro y que más tarde se convertiría en un monstruo amante de la danza y de todo movimiento creativo y expresivo. Me enamoré!!!

Me enamoró la posibilidad de explorar en cada clase por medio de mi cuerpo, quién era yo.

A veces me movía sólo por moverme. Como buena adolescente pensando en el novio, en las amigas y en un sinfín de cosas triviales que en ese momento eran mi mundo y ocupaban toda mi mente pues significaban todo para mí. Pero cuando empezaba a moverme. Cada instante trabajando mi cuerpo, era como si me metiera a mí misma. Cada movimiento me llevaba dentro de mi corazón, A conocer mi alma y saber más de mi mente. Al final de cada clase, había encontrado algo dentro de mí que no conocía. Un goce interminable. Sensaciones indescriptibles.

Otras veces, mi viaje era de adentro hacia afuera. Me sentía tan bien o tan mal, que cada movimiento era conducido por esas emociones. Ensimismada en mis tristezas o empapada de alegría, comenzaba a moverme. Movimientos inspirados por lo que estaba viviendo y sintiendo. Introspección que iba saliendo  de mi cuerpo y se traducía en una danza llena de mí y cargada de mi corazón. Empapada de mi alma, de lo que era yo en ese momento.

Ahora sé que con el cuerpo es así. (por lo menos  el mío). Cada una de mis danzas es una parte de mí. Cada movimiento un latir de mi corazón y cada respiración una exhalación de mi alma.

Aprendí a bailar por dos razones. La primera eran indicaciones de mis coreógrafos, consignas o una pieza musical. Elementos externos que tenías que servir de inspiración y/o motivación para de ahí crear una danza. La segunda era a partir de mí, de lo que siento y pienso. De lo que vivo. Entonces si me siento triste hago mi danza de la tristeza y me consuelo. Si estoy enojada bailo iracunda y me desahogo. Tengo danzas de amor, alegría, melancolía, sueño, ilusión, rabia, desilusión, etc.

¿CÓMO ES QUE EMPECÉ A SER BAILARINA? (PRIMERA PARTE)


Anoche me preguntó un gran amigo y mi respuesta fue que le escribiría algo.

Me quedé pensando toda la noche y descubrí que podía responder desde muchas perspectivas.

Lo primero que apareció en mi mente es mi padre bailando y escuchando música todo el día. El arquitecto Marco Antonio Espinosa De La Lama siempre ponía música cuando estaba en casa y cantaba y bailaba. Incluso no estoy segura de recordarlo con claridad. No ubico ninguna foto o algún video. Sólo tengo la imagen de mi padre bailando conmigo en brazos cuando era muy pequeña y con el paso de los años su imagen frente a mí se va esclareciendo.

Lo que sí recuerdo muy bien, es como mi padre sentía la música. Ya sea un domingo tocando la guitarra, en una fiesta familiar bailando con todas mis tías y mis primas o en el coche chiflando y cantando mientras me llevaba o me recogía de la escuela.

Siempre quise bailar como él y cantar como él.

A los 4 años estudié teclado en la escuela de música YAMAHA. Durante 4 años aprendí solfeo, canto, incluso  a tocar varios instrumentos. También recuerdo que durante las clases quería bailar, moverme. Me recuerdo inquieta, platicando con quien tuviera a lado o atrás. Hoy sé que mi cuerpo quería moverse. Entonces me aburrí.

A los 8 años me salí de esa escuela y entré a estudiar ballet. Me gustaba el reto de llevar mi cuerpo a rebasar sus propios límites. La maestra decía --tienes que alcanzar a tocar tus pies sin flexionar las rodillas—yo disfrutaba no sólo de tocar mis pies, sino de llegar más lejos y lo más divertido de todo era que lo lograba. Me gustó porque era buena. Ahí aprendí a dar vueltas de carro,  a hacer el arco, el Split y muchas cosas más.

Mis padres dejaron de llevarme porque nos tuvimos que mudar. Como cada año desde que nací hasta que cumplí 9 años nos mudábamos por lo menos una vez al año. A esa edad ya había asistido a más de 9 escuelas. Sufrimos mucho aquella crisis económica del 1994. Me tuve que ir a una escuela pública. Ahí no tenía mis clases favoritas (artes, idiomas, etc) Recuerdo que extrañaba las clases de gimnasia y a mi maestra de música. En fin, giré la cabeza y comencé a mirar a otros rumbos.

En una reunión con la familia, recuerdo a mi padre compartiendo con todos los primos y tíos la aventura con todos sus sobrinos por Canadá. Especialmente se me quedó grabada la forma en la que describía a una bailarina que conoció en Toronto. Hablaba de ella con tal admiración. Contó todas las maravillas que hacía con su cuerpo. La describía como una mujer bella, virtuosa, única. Diferente a todas las demás mujeres. Una bailarina.
 

Aprendiendo cada día


El año pasado reconocí que no aprendo fácilmente de mis errores. Me cuesta aceptarlos. Me gusta vivir las cosas. Aun así no aprendo de la experiencia. Como si necesitara cometer los mismos errores varias veces para aprender.

¿Necia? ¿Ciega? ¿Loca? ¿Terca?

-Despierta mujer. Abre los ojos. Escúchate. Siéntete. Créete.-

Me gusta escribir cosas positivas. Desde que los domingos mientras estudiaba la carrera iba al centro de Coyoacán con mi amigo Iván para aprender BUDISMO ZEN.

Meditábamos y crecíamos. Aprendíamos.

¿cómo escribir ideas o emociones positivas cuando tengo apachurrado el corazón?

Descubrí que:

 

“Buscando controlar todo, me descontrolo toda y no controlo nada.” Atte. Mar

 

Esa es la lección de hoy. Parece que al final, sí aprendí.