Para cuando cumplí los 15 años, tenía que decidir en qué
prepa quería estudiar. Mi mejor amiga Arlem Mancheke y mi padre me dijeron
sobre una prepa del INBA en artes y humanidades. Ahí te especializabas en
danza, teatro, música o artes plásticas. Yo quería entrar ahí para estudiar
teatro.
Hice examen para la prepa 6 y para el CEDART “Luis Spota
Saavedra”. Me quedé en las dos así que decidí. El CEDART.
Yo quería entrar ahí para estudiar teatro. El primer año
tienes que tomar todas las artes y en el segundo año te especializas. Ese
primer año conocí a mi amor para toda la vida; La danza contemporánea. No tuve
ninguna duda, lo mío, lo mío, era la danza. Para el segundo año en el que teníamos
que escoger nuestra especialidad yo estaba más que convencida de lo que quería.
Mi maestra era admirable. Andrea Zavala me cautivaba cuando la veía moverse. Su
cuerpo era hermoso y todo lo que lograba hacer con él era inigualable. Nunca
había visto tan de cerca cosa parecida. El maestro de coreografía Francisco
Carreón me encantaba. Puedo atreverme a decir que incluso me excitaba (claro, a
esa edad muchas cosas me excitaban, la vida por si sola me parecía más que
excitante), pero los ejercicios que el maestro nos ponía, donde nos daba sólo
una guía o herramientas para nosotros poder expresarnos con el cuerpo e
improvisar. Él ponía música (por cierto buenísima, eso fue un elemento
importante por lo que me gustaba tanto su clase), yo sólo tenía que bailar…
mmm!!! Ha! Eran experiencias tan deliciosas, divertidas y al mismo tiempo
enriquecedoras.
Ahí comenzó a crecer en mí esa pequeña bailarina que llevaba
dentro y que más tarde se convertiría en un monstruo amante de la danza y de
todo movimiento creativo y expresivo. Me enamoré!!!
Me enamoró la posibilidad de explorar en cada clase por
medio de mi cuerpo, quién era yo.
A veces me movía sólo por moverme. Como buena adolescente
pensando en el novio, en las amigas y en un sinfín de cosas triviales que en
ese momento eran mi mundo y ocupaban toda mi mente pues significaban todo para
mí. Pero cuando empezaba a moverme. Cada instante trabajando mi cuerpo, era
como si me metiera a mí misma. Cada movimiento me llevaba dentro de mi corazón,
A conocer mi alma y saber más de mi mente. Al final de cada clase, había
encontrado algo dentro de mí que no conocía. Un goce interminable. Sensaciones
indescriptibles.
Otras veces, mi viaje era de adentro hacia afuera. Me sentía
tan bien o tan mal, que cada movimiento era conducido por esas emociones.
Ensimismada en mis tristezas o empapada de alegría, comenzaba a moverme. Movimientos
inspirados por lo que estaba viviendo y sintiendo. Introspección que iba saliendo
de mi cuerpo y se traducía en una danza
llena de mí y cargada de mi corazón. Empapada de mi alma, de lo que era yo en
ese momento.
Ahora sé que con el cuerpo es así. (por lo menos el mío). Cada una de mis danzas es una parte
de mí. Cada movimiento un latir de mi corazón y cada respiración una exhalación
de mi alma.
Aprendí a bailar por dos
razones. La primera eran indicaciones de mis coreógrafos, consignas o una pieza
musical. Elementos externos que tenías que servir de inspiración y/o motivación
para de ahí crear una danza. La segunda era a partir de mí, de lo que siento y
pienso. De lo que vivo. Entonces si me siento triste hago mi danza de la
tristeza y me consuelo. Si estoy enojada bailo iracunda y me desahogo. Tengo
danzas de amor, alegría, melancolía, sueño, ilusión, rabia, desilusión, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario