Anoche me preguntó un gran amigo y mi respuesta fue que le
escribiría algo.
Me quedé pensando toda la noche y descubrí que podía
responder desde muchas perspectivas.
Lo primero que apareció en mi mente es mi padre bailando y
escuchando música todo el día. El arquitecto Marco Antonio Espinosa De La Lama
siempre ponía música cuando estaba en casa y cantaba y bailaba. Incluso no
estoy segura de recordarlo con claridad. No ubico ninguna foto o algún video.
Sólo tengo la imagen de mi padre bailando conmigo en brazos cuando era muy
pequeña y con el paso de los años su imagen frente a mí se va esclareciendo.
Lo que sí recuerdo muy bien, es como mi padre sentía la
música. Ya sea un domingo tocando la guitarra, en una fiesta familiar bailando
con todas mis tías y mis primas o en el coche chiflando y cantando mientras me
llevaba o me recogía de la escuela.
Siempre quise bailar como él y cantar como él.
A los 4 años estudié teclado en la escuela de música YAMAHA.
Durante 4 años aprendí solfeo, canto, incluso a tocar varios instrumentos. También recuerdo
que durante las clases quería bailar, moverme. Me recuerdo inquieta,
platicando con quien tuviera a lado o atrás. Hoy sé que mi cuerpo quería
moverse. Entonces me aburrí.
A los 8 años me salí de esa escuela y entré a estudiar
ballet. Me gustaba el reto de llevar mi cuerpo a rebasar sus propios límites.
La maestra decía --tienes que alcanzar a tocar tus pies sin flexionar las
rodillas—yo disfrutaba no sólo de tocar mis pies, sino de llegar más lejos y lo
más divertido de todo era que lo lograba. Me gustó porque era buena. Ahí
aprendí a dar vueltas de carro, a hacer
el arco, el Split y muchas cosas más.
Mis padres dejaron de llevarme porque nos tuvimos que mudar.
Como cada año desde que nací hasta que cumplí 9 años nos mudábamos por lo menos
una vez al año. A esa edad ya había asistido a más de 9 escuelas. Sufrimos
mucho aquella crisis económica del 1994. Me tuve que ir a una escuela pública.
Ahí no tenía mis clases favoritas (artes, idiomas, etc) Recuerdo que extrañaba
las clases de gimnasia y a mi maestra de música. En fin, giré la cabeza y comencé a mirar a otros rumbos.
En una reunión con la familia, recuerdo a mi padre
compartiendo con todos los primos y tíos la aventura con todos sus sobrinos por
Canadá. Especialmente se me quedó grabada la forma en la que describía a una
bailarina que conoció en Toronto. Hablaba de ella con tal admiración. Contó todas
las maravillas que hacía con su cuerpo. La describía como una mujer bella,
virtuosa, única. Diferente a todas las demás mujeres. Una bailarina.
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