Ella
sube rápido, a veces torpe por el ansia de llegar arriba. Se tropieza, cae y se
levanta de nuevo para seguir subiendo. Cuando llega al final se da cuenta de
que no sabe para qué subió. No encuentra lo que buscaba. Ni si quiera sabe qué
buscaba. Algo busca pero no sabe qué es. Algo necesita pero no logra aclararse.
Su cuerpo se sostiene gracias a las paredes que enmarcan la escalera. Quiere
correr. Quiere gritar. Quiere salir. Quiere subir. Quizá bajar. Sí, más bien
quiere bajar. Mientras baja su cuerpo se azota de una pared a otra. Sigue bajando
pero cuando llega al final no sabe para qué bajó. Se rasca, se alborota el
cabello y se sienta. Inmediatamente se para. Se estruje todo el cuerpo sin
saber qué hacer. Se vuelve a sentar. Ahí sentada se toma la cabeza. Se jala los
cabellos. Se sigue rascando. Pareciera que se hace daño. Se levanta
abruptamente y vuelve a subir. Sube corriendo. A mitad de la escalera se
detiene. Una mano apoyada en la pared la sostiene. Ya no tiene fuerza. Su
cuerpo se ve endeble. Ella luce escuálida, lánguida. Respira y sigue subiendo.
Lentamente. Sube arrastrando los pies. Sus manos caen hasta los escalones y
sube muy lentamente apoyada de sus cuatro extremidades. Sigue subiendo. Cuando
llega al final se detiene y se logra quedar parada sin ayuda de ninguna pared y
de ningún escalón. Sólo ella. Ahí. Sóla.
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