martes, 29 de agosto de 2017

Un ejercicio de amistad I

1    Primero piensa en alguna ocasión en la que un amigo cercano ha pasado por una experiencia desagradable. ¿Cómo le responderías a tu amigo en esa situación (especialmente si tú estás viviendo una experiencia grata? Escribe lo que  comúnmente harías y dirías, ¿en qué tono le hablarías a tu amigo?

La escucharía. Buscaría acompañarla, de manera física estando ahí presente, abrazándola y apapachándola. Me gustaría cocinarle algo o invitarla a comer, hacerle un café o un té y seguiría escuchando. Escucharía todo lo que tuviera que decir, escucharía todo lo que quisiera hablar, sacar, gritar o berrear. Intentaría acompañarla emocionalmente. Si estuviera de acuerdo con ella me es más fácil porque entonces podría asentir cuando ella habla, afirmar y confirmar ya sea con palabras o con gestos corporales que estoy de acuerdo. Si no estuviera de acuerdo, entonces me costaría más trabajo acompañarla, me quedaría callada y escucharía, pero sospecho que me generaría cierta incomodidad, y supongo que algo de ansiedad. Lucharía contra esas emociones para poder quedarme con ella y trataría de poner más atención en lo que me dice o en lo que le pasa para tratar de calmar lo que a mí me suceda. Otra muy buena opción es decirle a mi amiga como me siento para poder calmar o sacar mi ansiedad o mi incomodiad. Aún así, no le diría que estoy en desacuerdo, incluso si ella me preguntara, trataría de decirle todo en lo que podría comprenderla e incluso dónde y cómo podría acompañarla, pero evitaría nombrar las cosas con las que no concuerdo porque creo que en ese momento no le sirve de nada. Después, cuando ella estuviera más serena, y sólo si sale el tema y ella me pregunta mi opinión, entonces podría decirle con franqueza y si la viera más fuerte, las partes en las que estuve en desacuerdo con ella.
Si estoy pasando por una experiencia grata me sería más fácil ser fuerte, ponerme en los zapatos del otro y empatizar. Sería como un pilar y acompañaría desde una serenidad, desde la neutralidad o con una presencia más relajada. Si mi amiga llorara, yo podría llorar con ella, sólo unas cuantas lágrimas, no a moco tendido, a veces me pasa el que algunas lágrimas rueden por mis mejillas cuando veo a otro llorar.
Buscaría ser comprensiva y compasiva, hablar con un tono calmado, consolador y tierno. Sin llegar a exagerar. Fui actriz, me dediqué y viví del teatro durante 15 años de mi vida. Sé manejar mi expresión corporal jugando con tonos de voz compasivos y miradas de comprensión que ayuda a mis amigas a sentirse cómodas conmigo.




¿TÚ QUÉ HARÍAS?

sábado, 12 de agosto de 2017

Un cuento de 100 palabras



Le apretó el cuello con fuerza hasta que ella dejó de respirar.  Sobre su cuerpo inerte él conservaba aún la sensación de placer.  Era una satisfacción que le recorría las manos hasta la cabeza, no sabía si por la muerte o el orgasmo.

Había sido la mejor noche de su vida, una cena cálida, caminata nocturna por la alameda acompañada de una plática profunda. Esa noche se ofrecieron con honestidad, desnudaron su consciencia con bondad. El acuerdo era decirse todo.

Ella lo amaba como a nadie, creía que él debía saberlo y fue honesta pero, él no lo pudo soportar.


Mar

Ahí estaba



...desnuda corriendo a hurtadillas por la ciudad. Trataba de llegar a su casa sin que nadie la viera, pero era imposible. Una hora había pasado ya desde que salió de casa de Miguel. Él vivía en la calle de Tepic, entre Manzanillo y Tlacotalpan, a unas cuadras del metro Chilpancingo. Ella vivía en Doctor Navarro casi llegando a la avenida Cuauhtémoc, caminando se hacen no más de 20 minutos pero, ¿desnuda?

Iba escondiéndose entre los coches, sin muchas opciones pero sí con mucho miedo. La hora le ayudaba pues a esas horas de la noche no hay tanta gente en la calle, sin embargo, había estado a punto de ser descubierta como unas 10 veces ya.

Por su mente, se repetía una y otra vez la imagen de Marcela entrando al cuarto, tenía la cara desencajada al encontrar a su novio con su mejor amiga, desnudos, sudando  y gimiendo. Marcela se lanzó sobre ella tratando de golpearla. Mientras Miguel la detenía lo único que se le ocurrió a Ana fue salir corriendo. ¡Bueno! tampoco es que tuviera muchas opciones, Marcela se le escapó a de los brazos Miguel y corría tras ella por toda la casa con una furia que mataría a un león si se le interpusiera en el camino.

Ahora Ana estaba cerca de llegar a su casa y lo único que quería era lograrlo, pero para atravesar avenida Cuauhtémoc desnuda se necesita algo de velocidad y mucho valor, cosas que no tenía. Se sentía culpable. Eso le bajaba el autoestima y por ende mermaba su seguridad, desnuda escondida y muerta de frío con los pies lastimados y toda sucia, sentía que no podía más, que ese último tramo para llegar a su casa era el  más difícil. Estaba a punto de desmayarse, dejarse caer al piso y esperar a que algún buen samaritano la encontrase para llevarla a un hospital y ponerla a salvo pero, si hacía eso también corría el riesgo de ser encontrada por un hijo de puta que quisiera violarla y matarla.

Sin importarle su final, Ana estaba a punto de dejarse caer abandonada por la fuerza y su voluntad para seguir adelante, levantó la mirada y vio a Miguel cruzando la avenida. Un golpe de adrenalina la despertó volvió a levantar. Le gritó con ganas y logró que  Miguel volteara espantado. La vio corriendo desnuda hacia él, se quitó su chamarra e inmediatamente la cubrió. Caminaron hacia casa de Ana pero ninguno de los dos tenía llaves así que, mientras Ana se escondía, Miguel se saltaba por la ventana. Lamentablemente una vecina con insomnio los vio, asustada y sin reconocerlos llamó a la policía. Tardaron bastante, aún así alcanzaron a detenerlos, vieron a Ana desnuda y los dos fueron remitidos al ministerio público para declarar. Ambos cometían un delito y debían ser investigados.

Esa noche, después de salir bien librados, se convirtió en la lección más dura de toda su vida. Cada uno siguió su vida, pero nunca olvidaron esa noche que guardaron en secreto para siempre.


Mar