martes, 17 de julio de 2018

Hasta pronto Lasha

¿Qué me enseñó Lasha en seis años de vivir juntas? Me enseñó a demostrar el amor. Ella me dio tanto cariño, porque si algo la caracterizaba era su personalidad afectuosa. Podía estar horas conmigo acurrucada, besándome una y otra vez, aquí allá o acullá.

A veces el cariño lo exigía a gritos subiéndose sobre nosotros, otras veces haciendo travesuras, esta última vez se enfermó, y ni así logró que la apapacháramos como ella necesitaba, que la abrazáramos de ves en cuando, que la arrulláramos como ella a nosotros, que la llenáramos de amor devolviéndole un poquito del muchísimo que ella tenía para darnos. 

Era una adorada, y si hay algo que me quedo de ella es ese fervor por expresar aprecio y estima. Ella necesitaba más amor del que yo estuve dispuesta a darle, y me siento tan culpable de no haberla cuidado lo suficiente.

La llevé dos veces al doctor, pero la pude haber llevado tres, diez o las veces que fueran necesarias para que la curaran. La quise llevar cuando ya era demasiado tarde, no la escuché, ella no quería salir de casa. No quería ir al doctor, se quería quedar aquí, y yo me la llevé a la fuerza. Nunca fue de su agrado salir, pero nunca se rehusaba tanto como en esta ocasión. Debí escucharla, debí mirarla a los ojos y saber que ella no quería salir de su hogar. Mientras más se negaba yo con más fuerza la intentaba sacar, la apreté fuerte porque forcejaba, la tomé con rudeza y la sometí para llevarla al médico. Pensé que su necedad venía de su malestar y esa era la razón por la que imperaba en mí, la necesidad de sacarla e ir al médico pero... no pude ni salir del edificio.  Justo en la entrada me detuve antes de abrir y pensé, Lasha nunca se pone así, ella no es tan necia o rebelde, ¿qué pasa?
Le dije -Lasha, estás enferma. Debes ir al doctor.
Ella me mordió con fuerza, a pesar del dolor no puede gritarle. Sólo dije –Lasha.
Me fue soltando al mismo tiempo que iba perdiendo fuerza. Se desvaneció en mis brazos. Su última mirada fue de miedo y súplica. La mordida la interpreto como un reclamo. Creí que se había desmayado, corrí al carro, manejé lo más rápido que pude, en el camino veía que no reaccionaba. Me empezó a faltar el aíre, comencé a llorar, le gritaba Lasha aguanta, Lasha no ¡por favor!.  La acariciaba y la veía completamente desfallecida. Lloré con mucha fuerza, cada vez era más incontrolable mi llano, mi respiración estaba muy agitada. Tenía miedo de reconocer que estaba muerta y mi mis lágrimas salían con más ímpetu. Imparable, llegué a la veterinaria que estaba cerrada. Me quedé afuera llorando mientras acariciaba a Lasha y le decía- ¡No! Por favor Lasha. Seguí llorando y cuando logré calmarme un poquito para mirar el camino manejé de regreso a casa. Mientras subía las escaleras que llevan al departamento con ella en brazos, mi llanto acrecentaba. La regresaba de donde nunca la debí haber sacado. La devolvía donde debía haberla dejado morir tranquila, en paz. 

Sin imaginar lo que pasaría, me la llevé para verla morir en mi regazo, justo antes de salir del edificio, de lo que fue su casa, con esos ojitos redondos y amorosos que temblaban de miedo. La maltraté, porque cuando no se cuida bien de alguien se le está maltratando. Me arrepiento de no haberle dado suficiente amor, de haberla dejado tan sola.
Hoy estoy en casa queriéndola abrazar, deseando sus cariñitos y ya no está. Le pido perdón por no haberle dado lo que necesitaba, por haberla dejado morir sin hacer lo suficiente por ella. Le pido perdón y me despido llorando, aunque sé que nos volveremos a encontrar, volveremos a compartir nuestras vidas y seguiré aprendiendo de ella. Me enseñó que no soy tan desapegada como digo serlo, que la muerte de un ser querido es algo que entristece y duele en lo profundo. Porque volteo al rincón donde le gustaba esconderse, ahí atrás de la plantita, desde donde miraba por la ventana, ese lugar que era suyo y sólo suyo, en el que se sentía segura porque podía mirar a todos en la casa y nadie la miraba a ella, ahí donde se quedaba quietecita y camuflajeada. Ese lugar en donde ahora está su ausencia, Hace falta, ahí y en toda la casa, en mi corazón, en nuestra familia que ahora quedó coja, porque de cuatro patas sólo quedan tres y nada ni nadie la podrá sustituir. Siempre será nuestra Lashita la gatita más amorosa, salvaje, juguetona y hermana de Max que también la extraña porque todo el día nos la hemos pasado abrazados, llorando juntos. Recordándola y despidiéndonos de ella sólo por ahora, por esta vida, que pronto nos encontraremos de nuevo, en las que siguen. En las que vienen.





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