lunes, 21 de enero de 2019

Cuando soy vaga y confusa VS cuando soy clara y concreta

Elegí tres situaciones que viví el año pasado y que releyendo mi diario me di cuenta que soy vaga y confusa al expresar cómo me siento. Recordando un ejercicio de desarrollo humano, busqué expresar esas mismas situaciones de manera más clara y concreta.

1.- Vaga: No sé qué hacer con mis gatitos, siento que los tengo abandonados.
1.- Clara: Siento que abandono a mis gatos cuando los dejo tanto tiempo solos en la casa porque salgo de viaje. No sé si regalarlos y darlos en adopción o dejaros encargados con alguien para que cuando yo no esté en casa, ellos tengan compañía y a alguien que los cuide y los quiera.

2.- V: Sospecho que mi novio me sigue siendo infiel.
2.- C:Cuando mi novio se levanta de la mesa para irse a hablar por teléfono lejos de mí siento que me oculta algo, después de que me ha sido infiel en varias ocasiones mi confianza en él es endeble. 

3.- V: Estoy deprimida por el divorcio de mis padres.
3.- C: Me entristece que mi madre quiera ver a mi padre después del divorcio y él no quiera verla ni en pintura. Me lastima que me metan en medio de sus problemas y me enoja que me tengan de mensajera porque ellos no son capaces de hablarse directamente.

El ejercicio lo hice con muchas otras situaciones, pienso que quizá fue fácil hacerlo porque eran situaciones del pasado, mi trabajo este año será hacerlo en el presente, para no vivir tan atormentada y resolverme con mayor facilidad. 

Cuando me vivo confusa o vaga, me quedo más tiempo en esa emoción o sentimiento que es desagradable. Los sentimientos nos hablan de necesidades y al no tener claro el sentimiento, no puedo atender la necesidad, por lo que el sentimiento crece, se intensifica o se acumula. Al aclararlo, es más fácil resolverlo, soltarlo y pasar a otra cosa. Espero lograrlo este año. Lo comparto con el corazón y espero les sirva y sea útil. 

viernes, 18 de enero de 2019

Con los ojos cerrados

Me bañé con los ojos cerrados y todo el tiempo tuve la sensación de estar haciendo las cosas mal. No sabía cuál era la botella del shampoo y cuál la del acondicionador. Debo confesar que mi necesidad de abrir los ojos era demasiada y cedí ante ella. Abrí los ojos para tomar el shampoo, sentía miedo de equivocarme y hacer alguna estupidez, también tenía pereza de buscar o averiguar sin el sentido de la vista  cuál de todas las botellas era, una vez con la botella en mis manos cerré los ojos de nuevo y continué.
Me di cuenta que me lavé el cabello más concienzudamente, porque con los ojos cerrados no calculé la cantidad de shampoo que me estaba vaciando  y me eché más del necesario, tardé más del doble de tiempo en lograr enjuagarme todo el cabello. Tuve la sensación de haberlo dejado muy limpio.
Con el resto del cuerpo sentí lo contrario, que me tallaba mal, que me lavaba mal los pies, que me estaba lavando mal los dientes, que no podía tallarme bien las piernas. Terminé de bañarme sintiendo que no me había enjuagado por completo. Permanecía la necesidad de abrir los ojos y el esfuerzo por no hacerlo era grande. Confesaré que los abrí en un par de ocasiones por hábito, por ejemplo al terminar de enjuagarme el shampoo. Siempre abro los ojos cuando siento que mi cabeza ha quedado lista, entonces busco la esponja y el jabón para el cuerpo, en esta ocasión no fue la excepción. La diferencia fue que sólo los abrí un segundo, inmediatamente hice conciencia y los volví a cerrar. Ese segundo bastó para que me diera cuenta que no estaba mirando para donde creí. Según yo estaba de espaldas a la regadera, con la ventana a mi derecha y la puerta a la izquierda. La realidad es que estaba viendo hacia la ventana con la puerta a mi espalda y entonces me sorprendí cuando abrí los ojos porque miraba hacía la pared y estaba demasiado cerca, tenía la sensación de estar mucho más alejada, me asusté y cerré los ojos.
También me pegué en las manos como una docena de veces, con la pared, con las llaves de la regadera, con la puerta, conmigo misma. 
Tiré la botella del acondicionador tratando de buscar el jabón de cuerpo. También tiré la esponja con la que me tallé porque no encontré donde ponerla y me desesperé. Decidí dejarla caer y no la levanté hasta el siguiente día.
             Sin contar  los golpes, la necesidad de abrir los ojos y la sensación de estar haciendo todo
             mal, me gustó la experiencia. Admiro más a mi novio porque él tiene el hábito de bañarse     
             y lavarse los dientes con los ojos cerrados, dice que estimula el hemisferio derecho del     
            cerebro y favorece la inteligencia, la creatividad, sensibiliza y no sé cuánta cosa más. 
            Lo recomiendo.

lunes, 7 de enero de 2019

Una plática entre 4


En mi grupo de terapia aprovechando que faltaron muchos y sólo fuimos tres más la terapeuta, cuatro. Observé.
Chabe estaba contándonos que se sentía muy triste. Mientras nos platicaba movía las manos, se ponía una sobre el pecho y la subía hacia la garganta. Se tomaba las manos y se retorcía los dedos como angustiada. También ponía las dos manos sobre sus muslos y los frotaba de arriba para abajo con fuerza, ahí me parecía más ansiosa que angustiada. Su voz temblaba y se entrecortaba. Araceli le daba un sorbo de vez en cuando a su café y Angélica la miraba con atención. 
Cuando Ara habló, cambió su postura física para tomar la palabra y su volumen de voz era mucho más alto y más agudo, fue con el contraste, cuando me di cuenta que Chabe estaba hablando muy bajito y su tono era grave. 
Jaquelin en cambio se fue hundiendo poco a poco en el sillón y tomó un cojín que estuvo abrazando casi todo el tiempo. Cuando ella tomó la palabra, movía sus pies inquieta, era un movimiento casi exagerado, tanto que Ara soltó una especie de risa. Al momento de reír hubo una mirada de Ara hacia los pies de Jaquelin que hizo que los detuviera. La risa de Ara le hizo darse cuenta y estar consciente de lo que hacía con sus piernas.
Ara en algún momento más tranquilo y relajado de la conversación se paró para servirse más café. 
Chabe permanecía quieta, moviendo apenas las manos con gestos de angustia y muy apretados, como si estuviera haciendo un esfuerzo por no llorar. Angélica se movía de vez en cuando para cambiar su postura siempre atenta, pero cómoda. Jaquelin cambiaba de posición, moviendo los pies constantemente y revisaba su celular discretamente y de reojo, como si quisiera ver la hora o revisar rápidamente algún mensaje. Ara tomaba café y cambiaba de posición cada vez que tomaba la palabra o para cerrar y concluir su participación. Era como si para tomar la palabra necesitara hacerse para adelante y ponerse atenta, al terminar, reposaba atrás, recargada y en una posición más descansada o de pasividad.
Debo confesar que de vivir la experiencia a realizar las observaciones hubo un lapso de tiempo bastante largo, me fue difícil lograr recordar todo. Sin embargo hice un esfuerzo por tratar de describir con detalle. Este ejercicio me permite abrir mi  percepción al lenguaje no verbal. Me ayuda para ser más sensible a lo que se dice con el cuerpo. Estoy en entrenamiento.