viernes, 18 de enero de 2019

Con los ojos cerrados

Me bañé con los ojos cerrados y todo el tiempo tuve la sensación de estar haciendo las cosas mal. No sabía cuál era la botella del shampoo y cuál la del acondicionador. Debo confesar que mi necesidad de abrir los ojos era demasiada y cedí ante ella. Abrí los ojos para tomar el shampoo, sentía miedo de equivocarme y hacer alguna estupidez, también tenía pereza de buscar o averiguar sin el sentido de la vista  cuál de todas las botellas era, una vez con la botella en mis manos cerré los ojos de nuevo y continué.
Me di cuenta que me lavé el cabello más concienzudamente, porque con los ojos cerrados no calculé la cantidad de shampoo que me estaba vaciando  y me eché más del necesario, tardé más del doble de tiempo en lograr enjuagarme todo el cabello. Tuve la sensación de haberlo dejado muy limpio.
Con el resto del cuerpo sentí lo contrario, que me tallaba mal, que me lavaba mal los pies, que me estaba lavando mal los dientes, que no podía tallarme bien las piernas. Terminé de bañarme sintiendo que no me había enjuagado por completo. Permanecía la necesidad de abrir los ojos y el esfuerzo por no hacerlo era grande. Confesaré que los abrí en un par de ocasiones por hábito, por ejemplo al terminar de enjuagarme el shampoo. Siempre abro los ojos cuando siento que mi cabeza ha quedado lista, entonces busco la esponja y el jabón para el cuerpo, en esta ocasión no fue la excepción. La diferencia fue que sólo los abrí un segundo, inmediatamente hice conciencia y los volví a cerrar. Ese segundo bastó para que me diera cuenta que no estaba mirando para donde creí. Según yo estaba de espaldas a la regadera, con la ventana a mi derecha y la puerta a la izquierda. La realidad es que estaba viendo hacia la ventana con la puerta a mi espalda y entonces me sorprendí cuando abrí los ojos porque miraba hacía la pared y estaba demasiado cerca, tenía la sensación de estar mucho más alejada, me asusté y cerré los ojos.
También me pegué en las manos como una docena de veces, con la pared, con las llaves de la regadera, con la puerta, conmigo misma. 
Tiré la botella del acondicionador tratando de buscar el jabón de cuerpo. También tiré la esponja con la que me tallé porque no encontré donde ponerla y me desesperé. Decidí dejarla caer y no la levanté hasta el siguiente día.
             Sin contar  los golpes, la necesidad de abrir los ojos y la sensación de estar haciendo todo
             mal, me gustó la experiencia. Admiro más a mi novio porque él tiene el hábito de bañarse     
             y lavarse los dientes con los ojos cerrados, dice que estimula el hemisferio derecho del     
            cerebro y favorece la inteligencia, la creatividad, sensibiliza y no sé cuánta cosa más. 
            Lo recomiendo.

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