
Mi vida sexual empezó con ella, mas bien ellas, mujeres que me besaban, ya no recuerdo si era yo quien las besaba, nos besabamos y jugabamos, como una exploración, descubriendo y descubriendome, imaginándo que eso haría yo en el futuro, imitando imagenes de películas y de la televisión, tratando de interpretar personajes, divirtiendonos.
Mi primer beso con un hombre, ese vecino tres o cuatro años mayor que yo, amable, divertido, excitante. Lo ansiado de ese momento lo hacía increible y mis ojos veían la imagen: mi hermano de tres años con cara de ¿qué esta pasando? su hermana mayor se estaba besando tiernamente de lenguita con el vecino, decidi cerrar los ojos y disfrutarlo.
Empezáron a crecer los senos y la cadera. Despedía un olor que yo misma no reconocía, era momento de usar desodorante. Llegó el acoso, niños persiguiendo a las niñas, molestandonos, tratando de besarnos y yo resistiendo, jugando a ceder y a negar, las primeras decisiones -a tí si, a tí no, a tí no, a tí no, a tí no, a tí si- jugar a ser novios, tomarnos de la mano, ir a una fiesta juntos, besarnos dos horas seguidas, sentir su cuerpo tan cerca del mío, pensar en él, todo el día imaginándomelo, en cada hoja de mi diario escribía su nombre, los cuadernos tenían corazones con nuestras iniciales, añoraba llegar a la escuela al siguiente día para verlo, sólo eso, verlo, me encantaba verlo jugando futball, me gustaba verlo escribir, me gustaba verlo viendome.
Mi primer amor, el vecino que me beso por primera vez, que me penetro por primera vez, con él que aprendí a extrañar, nos divertíamos, jugamos, compartíamos, crecimos, conocí los celos, la posesión, la infidelidad y me enseño a confiar, a creer y a soñar.
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