Desde que supe que vendrías, en mi corazón había un motivo, lejano, tenue, casi imperceptible. Más latente, presente y constante.
Tu regreso a México era una motivación evidente para mi corazón. Mi mente no entendía. Cómo podía emocionarme tanto tu llegada. Mi mente no se explicaba por qué en mi rostro nacía una norme sonrisa cada vez que recibía un mail tuyo. No era razonable para mí que ciertas canciones e imágenes me hicieran pensarte, recordarte, desearte. No había una explicación lógica para estos sentimientos por ti. Para ti. Hacía ti. De ti.
Simón:
Eras un hombre que apenas y conocía en marzo, pero que basto con un par de días a tu lado para que cambiaras mi vida. Para que alegraras mi corazón. Compartimos nuestros cuerpos. Bailamos y nos entregamos. Sólo unos instantes contigo provocaron en mi, en mi corazón, en mi mente y en mi cuerpo: sanación.
Cuando me dijiste que llegabas el 28 de agosto, la aventura que comenzó una semana de marzo, continuaba. Esa aventura en la que nos inmiscuimos sin imaginar que trascendería, ahora significaba más para mi. Un sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario