Acababa de salir del
hospital por un accidente en mi bicicleta. Esa bicicleta que no soltaba para nada.
No importaba el clima, ni la distancia, cualquier recorrido que fuera lo
prefería hacer en mi bicicleta. Después del accidente no solo dejé la
bicicleta, también tenía que transportarme en metro y con un brazo
inmovilizado. Esos viajes representaban la perdida de mi libertad. Sin bici
perdía toda independencia y autonomía (puede leerse exagerado, pero así me
sentía).
Caminé de mi casa al
metro, la vida es tan distinta si la recorres a pie. Todo cambia. Caminando
logré darme cuenta de ciertos olores que en bici no percibía. Olor a cloro con
grassa de los puestos que lavan la banqueta antes de abrir su negocio. La loción
de los hombres entrajados que van a trabajar. El anafre de la señora que vende
tamales y atole. El olor a café mezclado con el olor a basura que las personas
sacan de noche a las puertas de sus casas para que el camión se las lleve en la
mañana.
Llegando al metro
todos corrían muy apresurados. Algunos con cara de sueño, otros ya de mal humor,
otros recién bañados. Todos corriendo para alcanzar el próximo tren.
Saludé al policía de
los torniquetes y sorprendido me dirigió un saludo muy amable. Llegando a
la taquilla para comprar un boleto saludé a la señorita y me respondió un
silencio. Al pedirle un boleto por favor me volteó la mirada extrañada, me dió el boleto. Después de agradecerle regresó la mirada abajo y el silencio volvió
a responderme. En fin, supongo que
no todos pueden ser amables.
Cuando llegué a los torniquetes el oficial me hizo un gesto para indicarme que pasara gratis, yo entré sin utilizar mi boleto y sonrreí inevitablemente con un gracias bastante sorprendido por la acción del policía. Guardé el boleto en mi cartera y esperé el tren.
Cuando llegué a los torniquetes el oficial me hizo un gesto para indicarme que pasara gratis, yo entré sin utilizar mi boleto y sonrreí inevitablemente con un gracias bastante sorprendido por la acción del policía. Guardé el boleto en mi cartera y esperé el tren.
Cuando el éste llegó,
yo estaba ya bastante nerviosa, no sabía muy bien lo que me esperaba al
abordar, por alguna razón suponía que me iba a sentar pero cuando el tren abrió sus puertas
ni un lugar vacío. Supuse que alguien me daría su lugar pues traía un brazo
inmovilizado y parada me sentía vulnerable al movimiento del tren.
Jajajajaja que
ilusa. La mitad del recorrido y nadie se paraba. La gente evitaba mirarme de
todas las formas posibles. Pensé en pedir amablemente mi lugar (el lugar
reservado para personas con discapacidad, que ese era mi caso). Al final decidí
observar y seguir estudiando las reacciones de las personas. Me fui recorriendo
hacia el centro porque mucha gente entró en alguna estación concurrente, fue ahí cuando una
muchacha me miró y se levantó inmediatamente para cederme su lugar. Hermoso ver
que fuera ella la que conscientemente al ver mi brazo, de todos los pasajeros de un tren sólo ella, me ofreciera el asiento.
Me conmovió y pensé que no es una cuestión de genero la consciencia y la cordialidad. LLamarle caballerosidad a un acto generoso y educado no me parece correcto. Creo que ese gesto no es exclusivos de los caballeros, las damas, niñas, jóvenes y cualquier persona sin importar religión, edad o género podemos ser conscientes y generosos.
Me conmovió y pensé que no es una cuestión de genero la consciencia y la cordialidad. LLamarle caballerosidad a un acto generoso y educado no me parece correcto. Creo que ese gesto no es exclusivos de los caballeros, las damas, niñas, jóvenes y cualquier persona sin importar religión, edad o género podemos ser conscientes y generosos.
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