Ella soñaba con un mundo lleno de colores. Predominaba el
verde y el azul. Árboles, arbustos,
plantas de un lado a otro llenaban su mundo de verde. El azul en el cielo
iluminado por el sol en el día y en la noche por el reflejo de la luz en la
luna. El azul del cielo reflejado en el mar. Desde el azul turquesa hasta el
azul profundo. Su mundo estaba lleno de estos dos colores que eran sus
favoritos. Sobre ellos brillaban como estrellas las flores rojas, moradas,
anaranjadas y amarillas. Sobre ese azul destellaban los peces rosas, verdes y blancos.
Ella corría. Le gustaba correr porque así sentía el aíre
despeinando sus cabellos y refrescando su piel. Prefería correr junto a sus
hermanas, pero cuando nadie quería correr con ella, corría sola y era feliz.
Después de correr se acostaba sobre el pasto para ver su mundo al revés. Se
divertía volteando todo de cabeza.
Un día se dio cuenta que estaba soñando y que el mundo en
realidad no era tan verde. El cielo no estaba tan azul y no brillaban los
colores. Había mucho gris y olía feo. Todo parecía lleno de niebla, humo y olía
feo. Los colores eran opacos y olía feo.
Sus hermanas corrían de miedo, lloraban y se escondían. Ella
no quería correr sola y prefería quedarse dormida y seguir soñando con su mundo de colores.
Ella un día despertó y todo estaba lleno de mariposas
multicolores. Bailaban y reían. Sus hermanas mientras corrían la despertaron con sus
risas. Ese mundo no era el que soñaba, pero tampoco era ese gris apestoso. Era
un mundo donde ella tenía el poder de cambiar algunas cosas y las que no,
simplemente las pensaba bonito antes de dormir y así en sus sueños las pudía
ver como ella quería.
Ella fue cambiando su mundo junto con sus hermanas para
ponerlo más verde y más azul. Ella
bailaba como mariposa y llenaba de colores y risas el mundo que siempre soñó.